21 de mar. de 2009

Norberto Chaves

Qué era, qué es y qué no es el diseño.
Intentando dispersar la bruma.

Ha transcurrido ya casi un siglo desde que se acuñara el término “diseño” para denominar a esa entonces nueva
práctica productiva. A lo largo de ese período, el diseño ha ido sufriendo una serie de transformaciones que han
incidido en la modificación de su propio concepto. Debido a ese dinamismo de cambio, también se ha ido generando
una serie de errores de definición, agravados por los usos abusivos del término “diseño”.
En un intento de ordenar las ideas podríamos comparar, a vuelo de pájaro, los significados que cobrara la palabra
diseño en sus orígenes, el alcance que ha cobrado hoy y las definiciones parciales, insuficientes o decididamente
erróneas actualmente más frecuentes.
Para realizar esa tarea en el pequeño espacio de que disponemos debemos producir una síntesis, reducir cada
fenómeno analizado a su mínima expresión, sin mutilar la captación de su realidad sino, al revés, poniendo a la
vista sus rasgos esenciales.
Comencemos por el principio.

Qué era el diseño
El diseño no nace como una “disciplina” sino como un puro instrumento de algo mucho más ambicioso: Una
revolución en los estilos de vida.
El diseño aparece en el seno de una intensa actividad ideológica que cuestiona la herencia ecléctica del fin del
siglo XIX y la concepción burguesa, tardía y decadente, del hábitat.
La lucha por poner el ámbito de la vida cotidiana en concordancia con las conquistas materiales de la sociedad
industrial, o sea su “modernización”, fue el eje, generalmente explícicto, de todas las corrientes transformadoras
desarrolladas en las primeras décadas del XX: Funcionalismo, racionalismo, constructivismo, neoplasticismo,
futurismo. A grosso modo, para englobar, podríamos hablar del “movimiento moderno”, no tanto por los contenidos
históricos de éste como por la amplitud semántica de su denominación.
Por consiguiente, el diseño aparece como un puro instrumento: El espacio productivo en el que se formula aquel
nuevo estilo de vida, se explicitan sus nuevos programas, se crean los correspondientes nuevos lenguajes y se prefigura
el nuevo hábitat y todos su componentes.
Dicho sintéticamente: El diseño era el taller de la nueva cultura. Nace, por lo tanto, impregnado de ideología,
acompañado por manifiestos que aspiraban a resolver la nueva articulación entre usos, técnicas productivas, contenidos
simbólicos y estéticas.

Qué es hoy el diseño
Al cabo de varias décadas -relativamente pocas- el diseño se ha transformado en algo muy distinto a aquél de los
principios. Durante la segunda mitad del siglo XX toda la actividad productiva en los países avanzados ha incorporado
el diseño a su “cadena de valor”, excediendo en mucho el campo del hábitat propiamente dicho. El diseño
invade el consumo masivo y todos los sectores de la industria productiva, la distribución y los servicios. Esta
incorporación no ha sido, por lo tanto, el mero fruto del triunfo de aquel nuevo estilo de vida, sino de las exigencias
de la producción aceleradamente industrializada y de la consiguiente implantación definitiva e irreversible
del mercado de oferta, o sea, la sociedad de consumo.
Las organizaciones de todo tipo -no sólo las empresas- han ido necesitando incorporar aquel espacio de innovación
de sus productos, servicios y actividades: El diseño se incrusta en el proceso productivo como una nueva fase, en
la amplísima mayoría de las actividades productivas. Y la universalización de esta fase la ha abstraído: Ha perdido
características concretas en lo metodológico y en lo axiológico. Pero se ha enriquecido: Debe asumir cuanto
método y lenguaje le sea exigido por su infinita lista de programas.
Y esta es la fuente de la conflictividad respirable “en el ambiente”: El diseño puede servir, debe servir y efectivamente
sirve a todo tipo de necesidad y ello implica una espectacular diversificación cultural, estilística y, ni qué
decir, ética. Pues, legítimamente, son tan fruto del diseño las infraestructuras de los campamentos de refugiados
como los misiles que los han hecho huir.
A resultas de esta especie de metástasis, el diseño, así a secas, se vacía de contenidos. O sea, todas su manifestaciones
reales sólo tienen una cosa en común: El ser la fase en que se definen todas las características de un nuevo
producto, su forma de distribución y uso, antes de iniciarse el proceso de producción material. (p. 15)


Si agregáramos un atributo más, estaríamos definiendo sólo algún área parcial del diseño, o cayendo fuera de esta
práctica profesional.

Qué no es el diseño
Antes de entrar en las definiciones erróneas del diseño conviene analizar un uso popular del término que, gracias
a las distorsiones que implica, delata el papel mediático asumido por esta disciplina.
Nos referimos a la expresión “de diseño”, una cláusula determinativa que obra como adjetivo calificativo: Baresde-
diseño, muebles-de-diseño, ropa-de-diseño, hoteles-de-diseño… ¿Con “de-diseño” se significa acaso “que ha
sido diseñado”? Obviamente no. La casi totalidad de los productos han sido diseñados pero no todos son “dediseño”.
¿Qué se quiere significar, en-tonces, con “de-diseño”? Simplemente “moderno”, o “de última moda”, o
“absolutamente novedoso” por su forma.
Evidentemente, el diseño excede en mucho ese universo. La expresión “de-diseño” limita, implícitamente, al diseño
a sólo una de sus manifestaciones: La más estridente. Una sinécdoque equivoca: Reduce el todo a una parte
que no lo representa, debido a un estado de opinión justificado pero inexacto.
No más precisas que la opinión pública son ciertas concepciones profesionales del diseño que o lo asocian sólo
a un estilo, o lo restringen a sus zonas de intersección con el arte o la ciencia, o lo recluyen en sus funciones sociales.
Concepciones que, lejos de estar superadas siguen reproduciéndose como mala hierba gracias al desprecio
que suelen tener los profesionales por la realidad a la hora de teorizar.
El diseño carece de estilo propio pues, por lo dicho más arriba, debe estar preparado para echar mano a cualquiera
de ellos. El diseño no es arte, por más que alguno de sus productos estén llenos de él. El diseño no es de ninguna
manera una ciencia, aunque puede recurrir a instrumentos científicos. El diseño sólo tiene función social allí
donde el respectivo programa se la reclame. En la amplia mayoría de los casos, el diseño -en esta sociedad- carece
de “función social” y en un extenso repertorio de programas cumple una función claramente antisocial.
Tampoco podemos concebir al diseño como un sistema axiomático autónomo que aplique sus normas a la realidad
para configurar los objetos a imagen y semejanza de esos axiomas. A ello suele aludirse cuando se utiliza el término
“disciplina”. Este término es aceptable, pues sirve para definir cualquier actividad más o menos “disciplinada”;
pero sus usos en el contexto teórico y profesional suelen aludir, abierta o encubiertamente, a la existencia de un
sistema riguroso de principios. Lo cual es falso.
O sea, el diseño no es más que lo dicho: La fase de un sistema productivo en el que se define la totalidad de las
características de un producto, su forma de producción, distribución y uso. ¿Con qué método, con qué estilo, con
qué fin? Con el que convenga al programa. (p.16)



fonte:
Actas de Diseño 1. Facultad de Diseño y Comunicación. Universidad de Palermo. pp. 15-22. ISSN 1850-2032

http://fido.palermo.edu/servicios_dyc/encuentro2008/05_publicaciones/01_actas_diseno/archivos_pdf/actas_n_1.pdf